8 abr 2011

Análisis y simbología en la poesía de Miguel Hernández




La evolución poética de Miguel Hernádez en cada libro es evidente. El poeta cuenta con una gran imaginación y con ella, una gran simbología que se puede apreciar a lo largo de sus libros. Voy a hacer un análisis de cuatro de sus estapas; Perito en Lunas, El Rayo que no Cesa, poesía de guerra (Vientos del Pueblo y El Hombre Acecha) y en su último libro, Cancionero y Romancero de Ausencias.


Perito en lunas


El eje principal es la luna. Es la protagonista absoluta. Está presente incluso sin nombrarla explícitamente: la mayoría de los poemas cantan a objetos redondos o blanquecinos que recuerdan al astro (el pozo, la granada, la gota de agua, el retrete, la noria…) sino que hay algunos críticos que opinan que la forma métrica elegida, la octava real, no es sino por su aparente forma redonda y completa. Viene a decirnos que es un auténtico experto en el cuerpo celeste; un perito en lunas. También recibe un significado profundo: la luna representa la proyección de los sueños del autor. Lo vemos en este poema claramente:




Hay un constante estío de ceniza Para curtir la luna de la era, Más que aquélla caliente que aquél irá Y más, si menos, oro, duradera. Una imposible y otra alcanzadiza, ¿hacia cuál de las dos haré carrera? Oh tú, perito en lunas, que yo sepa Qué luna tiene mejor sabor y cepa.

En esta octava vemos que se justifica la presencia de la luna en todos los poemas anteriores: la luna iluminando siempre al campo simboliza su situación de pastor y su pasión por la poesía. Describe su sueño de alcanzar la luna a pesar de sus orígenes campesinos.


El rayo que no cesa


Como elemento principal surge el rayo. Éste simboliza la furia del sentimiento amoroso que impregna todo el libro; El amor al que está condenado el poeta le causa un sufrimiento feroz que está representado por el relámpago y un séquito de imágenes igual de evocadoras de esa agitación: cuchillos, fraguas, cóleras, espadas, etc. Se aprecia muy bien en el siguiente soneto.


¿No cesará este rayo que me habita El corazón de exasperadas fieras Y de fraguas coléricas y herreras Donde el metal más fresco se marchita? ¿No cesará esta terca estalactita De cultivar sus duras cabelleras Como espadas y rígidas hogueras Hacia mi corazón que muge y grita? Este rayo ni cesa ni se agota: De mí mismo tomó su procedencia Y ejercita en mí mismo sus furores. Esta obstinada piedra de mí brota Y sobre mí dirige la insistencia De sus lluviosos rayos destructores.


Otro símbolo muy importante en su poesía posterior es el toro. El poeta se identifica completamente con él en el sentido, por un lado, de estar destinado al dolor y al sufrimiento, y por otro, que a pesar de este dolor siga embistiendo con bravura. Miguel Hernández hace explícita esta identificación en este soneto:



Como el toro he nacido para el luto Y el dolor, como el toro estoy marcado Por un hierro infernal en el costado Y por varón en la ingle con un fruto. Como el toro lo encuentra diminuto Todo mi corazón desmesurado, Y del rostro del beso enamorado, Como el toro a tu amor se lo disputo. Como el toro me crezco en el castigo, La lengua en corazón tengo bañada Y llevo al cuello un vendaval sonoro. Como el toro te sigo y te persigo, Y dejas mi deseo en una espada, Como el toro burlado, como el toro.


Asimismo, el toro también representa muchas veces la muerte:

La muerte, toda llena de agujeros Y cuernos de su mismo desenlace, Bajo una piel de toro pisa y pace Un luminoso prado de toreros.

(Vientos de pueblo, El hombre acecha y romancero y cancionero de ausencias: renovación simbólica)


Debido a la situación histórica del momento en que se ve envuelto nuestro poeta, y la implicación que tiene en la política, a partir de Vientos del pueblo su poesía da un giro radical, pasando de una poesía intimista a una social y de guerra. Esto conlleva a una completa renovación del significado y valor de los símbolos ya existentes en sus poemas, y la aparición de algunos completamente nuevos. En Vientos del Pueblo y El Hombre Acecha el tono es bravo y combativo, entusiasta. Miguel Hernández guarda la esperanza de que el pueblo podrá derrotar a los golpistas y les anima a luchar. Son muy abundantes los símbolos relacionados con la muerte: los ataúdes, los hoyos, las fosas (“sobre los ataúdes feroces en acecho,/sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa”) y con el esfuerzo físico de los que viven en los pueblos: el sudor, la sangre, los arados… (“Vuestra sangre, vuestra vida,/no la del explotador/que se enriqueció en la herida/generosa del sudor.”). También aparece un amplio bestiario dividido en tres grupos: por un lado, el león, el águila y el toro, representan la bravura y la valentía que Miguel Hernández promueve entre los soldados; por otro, los cuervos, cerdos, tiburones, alacranes, representando al enemigo; y por otro, el buey, símbolo de la mansedumbre de los que se someten al yugo de los enemigos y a los que Miguel Hernández quiere despertar:


Vientos del pueblo

Los bueyes mueren vestidos De humildad y olor a cuadra: Las águilas, los leones Y los toros de arrogancia, Y detrás de ellos, el cielo Ni se enturbia ni se acaba.


El hambre


Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente, Los que entienden la vida por un botín sangriento: Como los tiburones, voracidad y diente, Panteras deseosas de un mundo siempre hambriento. Años de hambre han sido para el pobre sus años. Sumaban para el otro su cantidad los panes. Y el hambre alobadaza sus rapaces rebaños De cuervos, de tenazas, de lobos, de alacranes.


El rayo también cobra un nuevo sentido en estos libros; si antes simbolizaba lo furioso del sufrimiento del poeta, sigue simbolizando la furia y el fervor, pero la del pueblo. Viene acompañado casi siempre de hachas, cuchillos, hoces, espadas, fusiles, e, incluso, de manos transformadas en garras, en definitiva, las armas con las que podía contar el pueblo llano, los campesinos:


Sonreídme


Nubes tempestuosas de herramientas, Para un cielo de manos vengativas No es preciso. Ya relampaguean Las hachas y las hoces con su metal crispado, Ya truenan los martillos y los mazos Sobre los pensamientos de los que nos han hecho Burros de carga y bueyes de labor.


En la última etapa de su poesía, Cancionero y Romancero de Ausencias, Miguel Hernández está en la cárcel, esperando la muerte, y los republicanos han perdido la guerra. Los temas centrales de este poemario, póstumo, son la muerte, la derrota, y en oposición el amor que siente por su esposa y su hijo, que son los que le dan a nuestro poeta esperanzas de que la vida sigue. El tono, pues, se vuelve mucho menos exaltado y enérgico y más melancólico, derrotado, y lo mismo pasa con las imágenes: desaparecen los rayos, las hachas, los cuchillos, y las bestias para dejar paso a los símbolos de la derrota (los hoyos, la tierra, los cementerios) y las imágenes referentes a la esposa y a la paternidad como único consuelo del poeta: el vientre, el hijo, la esposa, la risa. Estos símbolos son los que inundan su último libro:


Cantar

Es la casa un palomar Y la cama un jazminero. Las puertas de par en par Y en el fondo el mundo entero. El hijo, tu corazón Madre que se ha engrandecido. Dentro de la habitación Todo lo que ha florecido. El hijo te hace un jardín, Y tú has hecho al hijo, esposa, La habitación del jazmín, El palomar de tu rosa. Alrededor de tu piel Ato y desato la mía. Un mediodía de miel Rezumas: un mediodía. ¿Quién en esta casa entró Y la apartó del desierto? Para que me acuerde yo, Alguien que soy y ha muerto. Viene la luz más redonda A los almendros más blancos. La vida, la luz se ahonda Entre muertos y barrancos. Venturoso es el futuro, Como aquellos horizontes De pórfido y mármol puro Donde respiran los montes. Arde la casa encendida De besos y sombra amante. No puede pasar la vida Más honda y emocionante. Desbordadamente sorda La leche alumbra tus huesos. Y la casa se desborda Con ella, el hijo y los besos. Tú, tu vientre caudaloso, El hijo y el palomar. Esposa, sobre tu esposo Suenan los pasos del mar.


En este poema se concentra una nueva actitud; El autor reencarna las esperanzas de su vida, que va a acabar, en la de su hijo. Una visión de vida más concienzada con el entorno que le rodea; la muerte. Su motivación de escribir contrasta con su resignación a morir, pues sabe que le espera el mar como nuevo lugar de habitaje.



Opinión personal


Sus poemas tratan principalmente del amor, la muerte, la guerra y la injusticia, la naturaleza, el amor hacia la esposa e hijos, la soledad del prisionero , las consecuencias de la guerra; temas que conoció y experimentó con intensidad.


Su poesía nos dice muchas cosas, tal vez demasiadas, están llenas de hondos sentimientos, muy personales, de vivencias muy propias, desde el nacimiento de sus hijos hasta muertes de grandes amigos como la de su gran amigo Manuel Sijé.


Leer a Miguel Hernández no es fácil, pero tampoco es fácil dejar de hacerlo.Para finalizar mi análisis sobre sus etapas, os dejo con un fragmento de la elegía que le escribió a su fallecido amigo Manuel Sijé. Sin duda, un poema conmovedor y precioso.





No perdono a la muerte enamorada

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada,...



A las aladas almas de las rosas

Del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero. “




Miriam L.T. 2º Bachiller, colegio San Roque




1 comentario:

Leoluegopienso dijo...

Hola Miriam. Buen trabajo resumen y comparativo de la obra de MH. Has hecho una síntesis muy valiosa ya que aportas las claves de toda la obra de MH. Has encontrado el significado de la aportación del poeta y nos das una visión global de la evolución de su obra a través de la simbología. También comparto la admiración por el poema Elegía. ¿Te atreverías a recitarla en clase junto a tus compañeros? Sería un trabajo fabuloso el recitar poesía en clase para que contagiaras a tus compañeros de la pasión por la poesía. ¡Anímate, venga¡